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lunes, 14 de junio de 2021

DOY FE.

 

Ahí estaba ella, parada, mirando esa pantalla gigante que se encontraba colgada de ningún lugar, arriba a su derecha. No tenía miedo. Se sentía confundida, pero de algún modo sabía lo que estaba pasando.

Había un estrado. Sí, lo recordó muchos años después. Es que realmente no se veía con claridad. Una enorme neblina lo cubría todo.

Y a su costado izquierdo, lejos, había gente. Como detrás de una cortina sutil, casi transparente, blanquecina. ¿De voile?

Podía oírla ¿o sentirla? ¿Cómo se escuchan las palabras no dichas?

Por la pantalla pasaban algunas imágenes que había olvidado. Pero eran verdaderas, lo sabía. Sintió vergüenza al verlas.

Imposible decir que no, que ella no lo había hecho, que esa filmación era una mentira. Se veía con claridad que esa niña que sacaba unas monedas del bolsillo del saco de su papá y cruzaba la calle a comprar golosinas al kiosco, era ella.

No le parecíó tan grave mientras lo hizo, reflexionó. En cambio ahora sí, ahora era muy delicado. Y eso que los jueces del estrado no pronunciaban palabra, sólo miraban.

Es que no eran ellos quienes juzgaban. Era ella misma.

 

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Abrí los ojos como si me despertara de un sueño de golpe. Vi todo celeste, sólo celeste, de un celeste homogéneo. Me pregunté en silencio si estaría muerta, en el cielo. Me respondí inmediatamente. Si me estoy preguntando eso es que estoy viva, me dije, y me incorporé.

Estaba sentada sobre el pasto, Recordé el golpe seco en mi nuca y comprendí que su ruido me despertó. Me toqué la cabeza para ver si tenía sangre. No tenía.

Empecé a incorporarme y vi a mi tío parado, apoyando una mano en el guardabarros trasero del auto de papá. Con la otra mano se tocaba la frente. Finos hilos de sangre recorrían su cabeza por completo. Me apuré para ir a su lado y le pregunté cómo estaba. Bien, me dijo, no te preocupes. Estaba aturdido.

 

 

 

Entonces pensé en papá y en la tía. Giré la cabeza y vi a mi padre tirado sobre el pasto, al lado del auto. A pesar de las vueltas que yo sentí que daba en el aire, el auto cayó parado. Los vidrios del parabrisas estaban clavados en la cabeza de mi tío y de mi padre. La rueda delantera estaba muy cerca de su hombro derecho.

Corrí y quise levantarlo. Mi tío se apuró a decirme que no lo toque, que podía tener algún hueso roto. Le hice caso. Me acerqué despacio y lo llamé.

Comenzó a reaccionar, lo ayudé a sentarse y pregunté por mi tía. Mi tío señaló con la cabeza y yo miré en esa dirección. Estaba desmayada sobre la ruta, bañada en sangre, pálida.

Le dije a mi tío que debía "hacer dedo"  al primer automóvil que pase, a lo que él me respondió que habíamos tomado una ruta equivocada por la que nunca pasa nadie.

Me paré al lado de mi tía e inmediatamente escuché el motor de algún vehículo. Volteé para mirar y comencé a hacer señas para que detenga su marcha. A los pocos minutos una camioneta y un auto pequeño hicieron su aparición.

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