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miércoles, 6 de enero de 2021

LA ESCUELA VACÍA

Cuando pienso en la escuela vacía no me refiero a este año tan particular que acabamos de dejar -el 2020- y su coronavirus, que obligó al mundo entero a tomar decisiones rápidas, a veces acertadas y otras veces no -debido al desconocimiento de la situación en pandemia-.
No, me refiero a una escuela vacía de contenidos importantes para las personas que se están formando, contenidos con significado ("Contenidos significativos" nos enseñaron los pedagogos en los años `90).
Y en eso, tenían razón. 
La escuela dejó de tener sentido, importancia, cuando lo que se enseñaba carecía (y carece) de significado. Pero esto no ocurrió siempre.
Cuando la escuela pública comenzó (Ley 1420 -1884-), tenía un objetivo muy claro: enseñar a hablar y escribir en español a todos los niños hijos de inmigrantes que vagaban por las calles de Buenos Aires mientras sus padres trabajaban a destajo en este país que se estaba formando, que estaba creciendo, y que por ello había invitado a "todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino" a forjarse un futuro de paz y prosperidad.
Esa escuela que comenzó con lecto-escritura, cálculo y una Historia homogeneizada para todo el territorio, se fue perfeccionando con el tiempo hasta alcanzar un nivel tal -pasada la mitad del siglo XX- que pareció peligrosa para los militares que habían tomado la costumbre de echar del poder a los gobiernos votados popularmente.
No cabe duda que un pueblo culto no es fácil de engañar. Un pueblo que sabe a qué autor creerle, descree inmediatamente de los charlatanes pagados por el poder empresarial. Ese pueblo no caería en el error siquiera de leer  Fake News -como hay que llamarlas ahora, aunque siempre existieron-. 
Así que obligar a niños y adolescentes a concurrir a una escuela que los prepara para la nada misma, fue la mejor estrategia. Vaciar de contenidos que hagan pensar, razonar, que informen y entonces formen.
"¿Para qué me sirve esto?" era la pregunta más frecuente que los jóvenes que se atrevían a desafiar lo institucionalizado, le hacían a sus profesores allá por los 80, cuando volvimos a la Democracia después de los terribles años de la última dictadura militar. 
Y esos profesores no tenían muy clara la respuesta. Tal vez porque a ellos sí les pudo servir ese contenido cuando ingresaron a la Universidad o al Profesorado.
Pero es que las cosas ya habían cambiado: esos profesores se habían formado en una escuela pública expulsiva, y los que lograron llegar al 5to año seguramente siguieron los estudios superiores. 
Pero, ¿qué pasaba con los compañeros que iban abandonando en la carrera? ¿Quién supo de ellos? Lo común de esa época era que abandonar era cosa de burros. Así que daba vergüenza dejar la escuela y por consiguiente quien la dejaba perdía también el contacto con los que seguían adelante. La misma institución escolar, desde la primaria, generaba ese pensamiento (hasta hubo sombreros de burro para sentar a los niños en un rincón del aula cuando no sabían la lección). Entonces, la mayoría de los alumnos y alumnas que terminaban la secundaria, encaraban la educación superior. Por consiguiente, el nivel elevado de contenidos les venía de maravillas para ese tramo.
Pero, sus hijos -y en el medio otras generaciones previas- ya no tenían tan claro eso de seguir estudiando después del secundario. Parece ser que entre el 12 y el 15% de la población argentina tiene  estudios terciarios.universitarios. Tener un oficio, poner un negocio, ser vendedor dueño o empleado, también son opciones válidas. Decidir criar una familia sin salir a trabajar también es una buena opción para la pareja que así lo considere. Para todos ellos, la escuela se transformó en un martirio que no le aportó conocimientos para su vida ciudadana.
Las décadas siguieron avanzando y el vaciamiento comenzó a llegar a los terciarios y universidades. 
¿Para qué quiere un ciudadano que pondrá su propio emprendimiento, conocer logaritmos e integrales, ecuaciones redox o las fórmulas de la física newtoniana? (para poner ejemplos del área que conozco, aunque podría continuar con la geografía económica o la historia de los reyes europeos, o un idioma que nunca podrá usar si viaja al extranjero, etc.).
La escuela que mejor sostenía una educación aplicada era la Técnica, hasta que la reforma de los 90 la destruyó con saña. Ese fue realmente el final de la educación pública argentina. Se reformularon los profesorados de educación primaria para que no quede un atisbo de conceptos importantes. Se disminuyó el número de materias de contenidos específicos (se las agrupó por áreas) y se disminuyó la carga horaria. Se aumentó el número de años de carrera y de materias que no aportaban contenidos a enseñar.
Resultado: una población que no sabe hacer cuentas sin calculadora, lo cual quiere decir que se le puede cobrar de más en la caja del supermercado y que se dará cuenta -con suerte- en su casa. Gente que no conoce la historia argentina verdadera, y por eso no entiende de política, pero opina sin saber y repitiendo a los que siempre nos dominaron y sometieron.
Ciudadanos que consumen alimentos envenenados pero que no se enteran. Que votan partidos que destruirán nuestras reservas naturales, generarán residuos peligrosos o centrales eléctricas contaminantes, pero como eso no saben qué vínculo tiene con ellos, no les importa. 
Personas que no leyeron literatura argentina ni mundial clásica, pero se cree culta porque va al teatro.
Viajeros que no conocen el planisferio, sus países ni capitales -no digo la altura de las cadenas montañosas, no se confundan-, y que consideran que no tiene importancia. 
Esa es la ciudadanía que forma una educación vacía de contenidos. Y esto se acompaña de gente que, al no saber, tampoco ayuda al otro. La solidaridad también se enseña.