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domingo, 31 de julio de 2022

¿POR QUÉ ES TAN DIFICIL?

 

1-HOY

Doce de la noche.

En la soledad de su isla de edición del canal de TV más importante del país, el Jefe de edición, llora. Mira esa imagen una y otra vez. La adelanta, la atrasa, la detiene, la agranda. Se mira.  Y por su cabeza corre la cinta de su historia. La infancia, la adolescencia. Sus siete hermanos, sus padres. La miseria. La absoluta miseria de la mano de la desidia, que los acompañó siempre y que sigue acompañando al resto de la familia, excepto a la pequeña Lu. Ella es como él. Lo adora y él lo sabe. Lo imita y eso es bueno. Ella va a llegar. Ella tiene eso que hace falta. ¿Tendrá también Lucía  la culpa con la que él cargó siempre? ¿Pasará también Lucía por este dolor de no poder contar su historia al ser más amado?

2-INUNDACIONES

La sirena que suena y suena hasta hacer reventar las tripas por la rabia, por la angustia y la injusticia. Los periodistas sobres botes de Prefectura mostrando las imágenes de la desolación. Llenándolas de palabras trágicas para hacer más doloroso el espectáculo, total el problema no es de ellos… Un hombre empuja una vieja puerta de heladera Siam que flota con cuatro niños arriba. Una mujer de edad indescifrable camina a su lado con un bebé en brazos. Los chicos ríen y empujan con remos de huesitos con poca carne.

¡Qué maravilla la niñez! Qué poca consciencia de lo que la sociedad, luego, marcará a fuego. Ellos se divierten. El hombre habla a las cámaras. Pide colchones, abrigos, ropa, leche. Pide. La mujer llora. La pequeña en sus brazos también. Hace frío. Sigue lloviendo.

3-LA ESCUELA

A Ramiro le gustaba la escuela. Y no porque le daban el desayuno y el almuerzo (y algo para llevarse a casa cuando sobraba). No. A él le gustaba aprender. No como a sus hermanos mayores. Ellos peleaban todo el día. Lástima que las maestras se enojaran tanto porque los chicos no llevaban los cuadernos y lápices que ellas mismas les habían regalado. Se enojaban tanto que al final, no enseñaban nada…

Y ni hablar de hacer las tareas. Ramiro lo intentaba, pero su padre le decía “mariquita, andá a jugar a la pelota”. Y él iba. Claro que le gustaba jugar al fútbol en la canchita de la villa. Se armaban torneos. A veces con los del otro lado del arroyo. Eso sí, siempre terminaban a las trompadas. Suerte que Ramiro era rápido. Nunca cobró, en cambio sus hermanos peleaban hasta volver ensangrentados.

Tampoco pudo terminar el octavo año. Había cumplido los trece y su padre le dijo que tenía que traer plata a la casa como sus hermanos mayores. Y así fue que lo único que tenía para leer eran los carteles publicitarios que veía desde la ventanilla del tren, todos los días, hasta llegar a la estación terminal. Se los sabía de memoria. Esperaba con ansiedad que los cambien, aunque cada vez tenían más fotos y menos palabras. Él ya no los podía entender, eran de otro mundo… ¿Por qué todos tenían imágenes de gente sonriente, bien vestida, en autos imponentes y comiendo cosas ricas? ¿Cómo se llega a ese mundo? Se preguntaba.

4-LA CALLE

Cuando pisó los veinticinco oía decir a sus compañeros de trabajo “la calle es dura, pero es buena”. ¡Qué fácil hablar cuando no te suenan las tripas por los días de ayuno! ¡Qué fácil opinar cuando dormís bañadito en una cama mullida y calentita! Todos opinan creyéndose los dueños de la verdad, pensaba para sí. ¿Cómo pueden hablar con tanta certeza si jamás estuvieron allí? Pero él no los contradecía, intentaba no participar en esos debates. Tampoco se enojaba, sólo los dejaba con sus ideas. No quería que supieran lo que él sabía, por lo que él había pasado. Ya había comprendido que no era bueno mostrar su historia. La gente se aleja, tal vez por miedo a que siga siendo el raterito arrebatador que alguna vez fue. ¿Tendrán pánico de pensar que acaso haya usado una navaja o un arma de fuego? ¿Creerán que se nace asesino o ladrón y que eso no cambia jamás? Esas eran sus preguntas. No tenía respuestas. Pero había sentido –años atrás- la discriminación, la quita de oportunidades por haber dicho que alguna vez durmió en los trenes de estación. Así que ahora era un hombre sin pasado.

 

5-TRAPITO

Trece años. Oficio: trapito. ¡Cuántos nuevos oficios trajo la miseria del neoliberalismo! Calles pobladas de jóvenes con ninguna posibilidad de una vida digna. Juntando monedas por cuidar a los autos que se estacionan frente a cines, teatros, restaurantes, shoppings.

Todavía niños o muy jóvenes, miran –con ansias o con desdén- cómo personas elegantes bajan de sus autos para disfrutar de una noche diferente, algo que ellos quizá nunca puedan conocer.

“Persevera y triunfarás” le había dicho a Ramiro una maestra del séptimo año. Una maestra diferente, que pudo ver a través de su ropa sucia y rota, un corazón palpitante de ganas de cambiar las cosas. Ella le hablaba en los recreos, en las horas libres. Lo aconsejaba, le daba ánimos. Le prestaba libros interesantes. La única, la Srta Noe.

Él estaba dispuesto a perseverar. Tenía ambiciones de progreso.  Quería “pertenecer”, como decían los carteles publicitarios que leía día tras día desde el tren. Era observador, analista, inteligente. Simpático y ocurrente.

Y así, de tanto cumplir con su faena de “trapito” bajo la lluvia o el sol, todos los días, lavando autos o haciendo algún mandado al kiosco, se ganó el cariño de algunos comerciantes del lugar.

Y un día, fue bachero.


6-CREAR EL FUTURO

De lavar cacerolas, platos y cubiertos, pasó a mozo. Un sueldo fijo ya era bastante alegría para él, pero ahora su salario aumentaría y además tendría propinas. José le enseñó a usar la bandeja, a memorizar el pedido, a ser más educado y gentil. Ramiro tenía voracidad por aprender.

Al principio llevaba los pedidos de la calle, de los otros comerciantes: a las siete de la mañana café fuerte con una medialuna para Miguel, el diariero; café con leche y dos medialunas para Franco, el ferretero a las ocho y cuarto; ocho y media salía con cortadito y un alfajor de maicena para Zulma la del mercadito; y así.

Una mañana, un cliente nuevo encargó tres cafés para el canal. José le tuvo que explicar que era eso que estaba a dos cuadras, lleno de antenas satelitales.

Y ahí lo vio. Nunca lo había notado. Con sus grandes carteles anunciando sus programas. Con custodias vestidos de uniforme en la mesa de entrada. Con ese ventanal que se ve desde la pantalla al mirar el noticiero. Y la gente: linda, arreglada, con ropa impecable y autos flamantes.

“Yo quiero trabajar aquí” se dijo. Tenía quince años y ningún estudio completo. Pero ese fue el día en que ocurrió su milagro. Ese fue el momento donde realmente eligió. FIjó su meta y se organizó para alcanzarla. ¿Qué fue lo que lo diferenció de todo su entorno? Querer. Querer hace la diferencia. Pero no es un “quiero”, no. Es un “¡QUIERO!!!”.

Así fue trazando objetivos: en la nocturna de a tres cuadras, terminaría la primaria y luego la secundaria, y luego…luego veremos.

 

7-LA UNIVERSIDAD

Eligió la pública, por supuesto. No podía pagar una facultad privada. Juan lo dejaba vivir en el altillo, entre cajas de mercaderías le ubicó un catre. Don Walter, el encargado, se había jubilado y Juan lo subió a ese puesto. Era más de lo que él esperaba. Solucionó su problema de tiempo gastado en viajar, podía estudiar al volver de las clases. Además, los tres años estudiando y volviendo a su casa fueron un infierno. Su padre alcohólico ya estaba tornándose violento con sólo verlo. Sus tres hermanos mayores, siempre en la esquina tomando y jugando. Dos de sus tres hermanas menores no ayudaban en lo más mínimo a su madre. La única que ayudaba era Lucía, la más chica. Y también la única que estudiaba.

Aprobó cada materia en tiempo y forma demostrando una capacidad extraordinaria que no pasaba desapercibida por los profesores. Pero él no se consideraba “un genio” como decía una compañera. Él sabía que todo deviene de una perseverancia sobrenatural –como le había enseñado la seño Noe-. Una voluntad que cada día se le tornaba más férrea en lugar de doblegarse.

Si tiene que comparar, sabe que le costó mucho más la escuela nocturna que la facultad. Tenía un bagaje de conocimientos tan rudimentario, menos que elemental, que no podía comprender ni el lenguaje de sus profesores. Organizarse con tantas asignaturas fue el primer obstáculo. Nadie le explicaba cómo preparar sus carpetas, qué tareas hacer primero. Recuerda cómo trabajaba noches casi enteras en hacer tareas que eran de la semana próxima y no completaba las del día siguiente. Siempre lo retaban o le ponían malas notas, hasta que un preceptor lo encontró llorando en el baño. Estaba tan ofuscado, no podía entender qué pasaba, por qué había compañeras que siempre cumplían con todo y él nunca llegaba. El buen Nacho lo sentó en su mesa y le mostró –con horario en mano- cómo organizarse. Por algo lo eligió para que le entregue la medalla al recibirse, y con honores.

Lograr ayuda con las materias difíciles, era su segundo obstáculo. No podía pagar clases particulares ni conocía a alguien que pueda explicarle esas ecuaciones matemáticas o los análisis sintácticos de Lengua.

Comprender que le faltaba vocabulario y que debía leer mucho, fue la clave para continuar. Y leyó, en la biblioteca pública que encontró a la vuelta de la escuela. No se hizo socio, pero en cada ratito libre iba a la sala a terminar algún cuento corto, alguna novela, alguna biografía.

“Los libros te hacen crecer” había visto una vez en una publicidad que tenía un dibujo de una jirafa parada sobre un montón de libros. En aquel momento no comprendió...

-“Licenciado en relaciones públicas” ¡Ja! ¿Qué tal? ¿Y para qué te sirve esto? –le había preguntado su hermano mayor.

 

8-LA CULPA

-¿Dónde estás los domingos que nunca podés reunirte con nosotros? –solían decirle sus compañeros de trabajo. Él respondía vaguedades.

Estaba con su familia o lo que quedaba de ella. El mayor estaba preso y el segundo, fugado. El tercero en la esquina, perdido por la droga. La hermana que lo seguía en edad se había ido a vivir con su novio. Su madre había muerto, así que la casa contenía a su padre alcoholizado y violento y las dos hermanas menores. Lucía había terminado el secundario pero no quería salir de la casa por no dejar sola a Kris que vivía en depresión.

Dormía los sábados con ellos, inundándose cada vez que llovía. Soportando el calor, el frío, los olores del arroyo que ahora le resultaban tan repugnantes, tan penetrantes.

Él alquilaba un monoambiente pequeño cerca del canal. No podía llevarlas, pero no quería dejarlas. Cada domingo acarreaba frutas, carnes y compras de almacén justo para una semana porque si les entregaba el dinero, se transformaba en vapores etílicos, entre otras cosas.

En la semana trabajaba mucho y seguía estudiando. Ahora que conocía el canal por dentro descubrió cuánto le gustaba el manejo de la imagen, la edición, las cámaras. A eso enfilaba, ahora en una universidad privada.

Había pensado en dejar la facu y poder gastar ese dinero en un alquiler de un departamento o casa para él y sus dos hermanas. Y pagarle un tratamiento a Kris y los estudios a Lu. Pero prefería esperar un poco más y mejorar su situación económica con un puesto diferente.

Tenía una amiga, o masqueamiga, Ana, de la que él estaba enamorado, pero no quería dejarla entrar en su mundo. Ella ya estaba oliendo a raro este vínculo. Se enojaba con él porque no la dejaba acompañarlo a ver su familia los domingos. Empezaba a imaginar que él era casado.

Una madrugada sonó su celular. Sobresaltado lo atendió. Era Lu que le comunicaba que estaban en el hospital. Kris se había cortado las venas.

Él se levantó corriendo, se vistió casi sin respirar y dejó a Ana sentada en su cama y sin ninguna explicación.

 

9-UNA PÉRDIDA MÁS

Sin pensarlo dos veces, tomó a su hermana del brazo y salieron del cementerio casi como corriendo. No saludó a su padre ni a su hermano que se quedaron parados bajo la lluvia como sin comprender realmente lo grave de lo sucedido.

Llegó a su pequeño departamento con Lucía muda y asustada. No había accedido a pasar por la villa a buscar nada de ella. Te voy a comprar todo lo que necesites, le dijo, pero ahí no volvemos más.

Notó que Ana no respondió nunca más sus llamados y en el trabajo casi no la cruzaba, ella había pedido cambio de sección.

Prefirió callar a contar su verdad, su dolor, su historia, su vida.