Intento un espacio que me permita compartir con colegas y estudiantes de Magisterios y Profesorados, materiales conceptuales, propios de la tarea áulica, así como otros aspectos del vínculo pedagógico, que también hacen a la enseñanza. Espero aportar algún conocimiento de esta maravillosa ciencia química y también alguno didáctico, de experiencia propia y ajena. Pero lo que más quisiera dejar plasmado aquí es la comprensión de la responsabilidad del modelo que ofrecemos a las almas jóvenes.
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sábado, 29 de octubre de 2016
sábado, 1 de octubre de 2016
Reflexiones sobre el hacer docente en el siglo XXI
Como bien dice el título de esta conferencia, se
trata de reflexiones.
Reflexiones que he ido analizando a lo largo de 36 años
de docencia en
varios niveles educativos, apasionada por lo que hice y por eso, siempre,
desde una crítica
que construya para mejorar.
Pero, para plantear aquí lo que yo creo que debe ser la educación en este
nuevo siglo que
transitamos, debo re-ver con uds lo que
fue la educación
en el siglo en el que la mayoría de los que estamos en
esto, nos hemos criado.
Por eso, intentaré ser breve al hacer un paneo de la
escuela en el pasado.
No hay duda que tantas
dictaduras en el siglo XX –separadas por peque-
ños espacios democráticos de
pocos años- le fue cambiando la cabeza a la
gente. El miedo a perder el
trabajo, a ser torturado o peor aún, a desaparecer,
hizo que –poco a poco- los
docentes dejen de enseñar lo que realmente el
futuro ciudadano debe saber. Ese
conocimiento que lo hará mejor persona,
que le permitirá –a la hora de votar- diferenciar
los proyectos con sentido patrio
de los que sólo son negociados, que le abrirá
los ojos para distinguir a los
que saben
de los que mienten. En resumen, el verdadero saber que lo hará libre.
Que la ciencia NO es neutral es algo que muchos
docentes de mi generación
–y de muchas posteriores- no sabíamos. (¿lo supimos
por JMSerrat? En tal caso,
no importa). Porque de eso no se hablaba. Nos deshilacharon el conoci-
miento
científico a enseñar, hasta transformarlo en un cúmulo de sabe-
res incoherentes
e inconexos que no servían más que para dificultar su
comprensión y alejar a la
gran mayoría de los jóvenes alumnos, de la elección de una carrera asociada a
la química (o a la física). “¿Qué estudias? ¿Química? Uh,
que difícil!” me
decía la gente. “Oso-chiquito ; pico de pato” era lo único
que se acordaban sin saber qué significaba.
¿Quién no recuerda –sea como alumno o como docente-
esa primera etapa
de la democracia donde los jóvenes comenzaban a animarse a
preguntarle
a sus profesores ”¿para qué
me sirve esto?”. Temida pregunta –sobretodo para aquellos docentes que
jamás se cuestionaron su rol, su contenido y ni
menos un cambio. Yo recuerdo
esa etapa con mucha gracia, porque los
colegas mayores no estaban acostumbrados
a que sus alumnos cuestionen
algo y se enojaban mucho con ellos, pero ninguno
respondía su pregunta.
Dado que yo era egresada del Comercial, había tenido Merceología “el estudio
de las
mercaderías” como la definió la profesora
el primer día de clases.
Era la química aplicada a toda la vida que nos rodea:
a los materiales de construcción, a los recursos energéticos, a las fibras, los
cueros, los alimentos y su
reglamentación para la fabricación y la venta. Se tocaban temas de salud, de
contaminación, de legislación alimentaria (vencimiento, etiquetado, marcas, alteraciones y adulteraciones), además
de los contenidos elementales de la química que explicaban dichos procesos con
base científica. Yo tenía sólidos
argumentos para justificar mi pasión por la química y su presencia en las
aulas,
más allá del único y repetido de “te
sirve para entrar a la facultad” que era
por aquel entonces la respuesta
más rápida para salir del paso.
Pero
ya en ese entonces, los alumnos no iban al secundario para seguir la
universidad. Eso había
ocurrido desde mitad del siglo XIX hasta los años 50 o
poco más. En los 70 la
mayoría de la nueva clase media argentina podía mandar
a sus hijos a estudiar
para que luego se ubiquen laboralmente. Esa gente no necesitaba conocimientos enciclopedistas,
profundos y específicos de cada tema, sino más bien un saber cultural que le
permitiera comprender el mundo tecnológico en el que todos nos fuimos
sumergiendo.
Claro que siempre
hubo algún osado que a pesar de la evidente dificultad que presentaban los
contenidos químicos, intentaba el ingreso universitario y ahí
podía descubrir
que lo que había aprendido en el secundario distaba en mucho
de los contenidos
exigidos en su ingreso. Pero ¿cómo?, no era que el secundario preparaba para la
universidad?
O
sea, ni para unos ni para otros, el secundario se fue vaciando de interés. Hacía falta una reforma….y vino el famoso
polimodal. Una propuesta de cambio
de contenidos –necesaria- , y de cambio de
estructura –no tan necesario, por no decir un desastre-. El secundario se transforma en el polimodal
de 3 años, por-
que la primaria se transforma en Educación Gral Básica de 1ro a
9no año.
Terrible error haber incluido a los púberes y adolescentes en la
escuela primaria.
No voy a detallar el infierno vivido, todos lo
conocerán, desde un lado u otro del escritorio. Pero, como todo en la vida, además
de sus muchos aspectos negativos, tuvo algunos aspectos positivos, a saber:
1-¿alguien
recuerda el periodo del “alcanzó o no alcanzó los objetivos”? Objetivos que nunca bajaron con
claridad, pero que estaban divididos en conceptuales,
procedimentales y actitudinales, y
que se transformaron en un caos a la hora
de armar proyectos (ya no
planificábamos), pero que introdujeron la
importante novedad de que no sólo
era un buen alumno aquel que aprobaba las evaluaciones, sino la gran mayoría de
gente que se esforzaba aunque no estaba muy dotada para la materia en cuestión.
Nueva visión, de la que los docentes más jóvenes ya veníamos notando su
necesidad, pero que la mayoría
de la docencia no aceptaba ya que seguía –y sigue- entendiendo que el secundario
mantenía el objetivo con el que fue creado: preparar a las minorías acomodadas
de la sociedad para ser gobernantes; olvidando el detalle de que esa creación
había ocurrido en la época colonial. (El Colegio Nacional de BsAs fue fundado
como Colegio de San Ignacio por los primeros jesuitas).
2-Otra
innovación que trajo esta reforma de los 90, fue la actualización de
los
contenidos. Se intentó vincular los saberes con la vida cotidiana, con el
uso
de los mismos en las cuestiones domésticas, con una visión de ciudadano
responsable. Se habló de contaminación industrial, de centrales energéticas y
el
uso responsable de la energía y del agua, de legislación alimentaria, de
salud.
Pero muy pocos docentes cambiaron
lo que enseñaban. No se comprendió el concepto de proyecto y todo siguió igual, con otros nombres. Seguimos con las
formulas y las uniones químicas, contenidos abstractos para jóvenes que ya
eligen lo que hacen, aprenden lo que les
interesa y analizan si le es o no, útil.
Porque la mayoría de esos alumnos provenían de la clase social más baja que
jamás había pisado la escuela secundaria. Sin padres que los apoyen y sin la
posibilidad de continuar estudios terciarios, la secundaria era un espacio
donde aburrirse con todo eso que les resultaba tan alejado de sus vidas, tan
poco SIGNIFICATIVO –término pedagógico que no se comprendió en ese momento-..
Recordemos que en esa época lo prioritario en esas familias era alimentarse
habiendo perdido el trabajo.
Por
suerte, ese modelo se transformó en 2004 en lo que tenemos hoy: una escuela de
enseñanza primaria de 6 años y una de enseñanza secundaria de otros 6. Tiempo
suficiente para que los alumnos sientan
la pertenencia a la institu-
ción, algo que si lo sienten también los profesores,
es maravilloso. Porque el do-
cente debe sentirse parte del proyecto en el que se
encuentra, y si no está
cómodo en esa institución, pues siempre hay otras.
Pertenecer hace que las
ideas de unos y otros se complementen y así se logren
metas increíbles
(realizar investigaciones, diseñar experimentos, generar
prototipos, presentarse a concursos o ferias de ciencia, organizar salidas,
viajes de estudio y mucho más).
Pero al margen de lograr tamaños objetivos, la educación actual incluye la
visión del
alumno como persona, que se esfuerza, que cumple, que
participa, más allá si
puede alcanzar el saber puntual tan específico.
Estamos formando en valores y
eso es algo que no podemos ni
debemos evitar. En este siglo XXI, con 40
millones de argentinos, la
educación debe ser la herramienta para la igualdad.
Pero todavía hay
muchísimas familias lejos de poder llevar sus hijos a la
secundaria, que es el
mínimo nivel de estudios que debe tener hoy un ciudadano
para poder incorporarse al sistema laboral, además de conocer y aprender las
normas de conductas que
nos hagan mejores personas.
Muchos docentes todavía creen que las sociedades son
estancas, que no
cambian y que si lo hacen siempre es para mal (“cualquier
tiempo pasado fue
mejor” decía Manrique en 1476). Que los alumnos de hoy deberían ser iguales a
como ellos mismos
vivieron la escuela. Pero eso es imposible y no sería sano.
Las sociedades cambian, la vida se modifica
y con ello algunas costumbres que van transformando realidades. Y los
docentes tenemos la obligación de observar y analizar nuestro entorno de modo
cotidiano. Debemos ver venir los cambios y adelantarnos a ellos, o por lo menos
ir a la par. No podemos quedarnos en la historia, ni menos en nuestra propia historia,
que no es la de todos.
Debemos ser investigadores en nuestra aula, como plantea
Kurt Levin (en 1944), bajo el concepto de Investigacion-Accion.
Los
niños y jóvenes necesitan un referente y no siempre lo tienen en la familia. Y así fue al
principio de la docencia argentina, cuando Sarmiento
en 1884, creó la escuela primaria pública, obligatoria, laica y gratuita
para que las hordas de niños, hijos de inmigrantes que corrían por las calles
divirtiéndose molestando a los transeúntes, y que no sabían nuestro idioma,
tuvieran un lugar donde estar,
donde comer, a la vez que aprender
lectoescritura y cálculo elemental.
Con esos niños lidiaron las Srtas maestras que trajo Sarmiento de
Europa y EEUU.
(Las clases acomodadas pagaban profesores particulares a sus
hijos o los enviaban a las escuelas europeas). En ese trabajo básico hubo que
homogeneizar
valores nacionales y normas de educación, además de enseñar
contenidos.
Y hoy estamos en un proceso parecido, porque al
haber incorporado masivamente y de modo obligatorio a los jóvenes más pobres,
la homogeneidad que tuvieron las aulas en los años 40 hasta los 70, se perdió. Pero esa tranquila
homogeneidad estaba basada en que los alumnos pertenecían solo a la gran clase
media que se había instaurado en la Argentina. Y los que no podían cumplir con las exigencias de los docentes,
repetían o desertaban para ir a trabajar (la pirámide de deserción era un
hecho absolutamente aceptado, natural y casi del 50%). Una escuela
enciclopedista que creía estar formando gobernantes, cuando ya estaba formando
ciudadanos.
Los contenidos seguían siendo los mismos, alejados
del contexto en el que fueron creados y poco aportaban a esos nuevos ciudadanos
que intentaban aprenderlos. Aquellos jóvenes que procedían de familias con
estudios, con cultura, con recursos, eran los que terminaban.
La
pedagogía, que siempre se basa en datos de lo que ya fue,
comenzó a comprender
cómo influía el contexto socioeconómico que
rodea a cada alumno, la falta de
oportunidades, la diferencia cultural.
Pero también, los contenidos poco
significativos quitaron la motivación por ir a la escuela.
Y esto hoy es mucho más fuerte que en aquellas
épocas, porque los
jóvenes relativamente acomodados de hoy, que son los hijos
de aquellos
que sintieron que la escuela no les dio más que un título –un papel
vacío-
toman esta etapa con displicencia –y sus padres también-. Y los hijos de los
que
nunca tuvieron acceso a la escolaridad secundaria no encuentran en ella un
objetivo.
Creo que dos
son los puntos más importantes para que la institución escolar
pueda recuperar
un público que vaya –nunca contentos- (ya lo dice Serrat “feliz como niño
cuando sale de la escuela”)- pero
por lo menos sabiendo que se les ofrece una posibilidad de aprender cosas
útiles y de tener un lugar donde estar mejor.
1.-
Uno es el trato,
la enseñanza por el respeto, con amor
y no con desprecio.
Que la escuela sea el lugar del buen hablar, del buen
hacer, comenzando por los adultos –que se respeten a sí mismos, entre ellos y a
sus discípulos-. Aprender a escuchar, a
resolver, a dar una mano entre todos para solucionar los problemas. O sea, una
escuela comprometida, participativa, que puede
guiar al adolescente sin imponer
por la fuerza y el grito. Yo he tenido la suerte de trabajar en dos
instituciones con esa visión y es realmente maravilloso. Depende
de las
autoridades, que vayan logrando una verdadera comunidad educativa.
El amor es
un punto importante, del que prácticamente no se habla.
2.-Y
el segundo punto, es
comprender la importancia que tienen los
contenidos a enseñar, contenidos que
forman ciudadanos con saberes, con cultura,
con responsabilidad en el ambiente.
Contenidos que son para todos, y no
para unos pocos que van a seguir la
facultad. Contenidos que sirven
realmente para vivir mejor en sociedad.
Porque aquellos
saberes profundos de cada asignatura le interesan
únicamente a los que la
estudien en profundidad. Si siguen estudios superiores serán especialistas y
aprenderán lo que no vieron en la secundaria (y que seguramente no estaba al
alcance de su capacidad intelectual dada por la edad).
Todos sabemos de alumnos que eligieron “Naturales” y
hoy son abogados, o eligieron “Sociales”
y hoy son médicos. Quiero decir con esto, que no importa si
no aprendieron de
un tema, si realmente les interesa, podrán estudiarlo siempre
que la secundaria
les haya dado herramientas básicas de comprensión y análisis, y sobretodo forjado en ellos capacidades de
creer en sí mismos. Además de haberles mostrado los distintos aspectos
reales que están vinculados con cada
tema de cada asignatura.
La
curricula ha cambiado hace más de 10 años, y sin embargo muchos
siguen plantados en un
contenido obsoleto, encarado desde el lugar de poder
que tiene el docente en el
aula.
Por ejemplo la energía,
un tema que nos atañe a todos de modo cotidiano. Los jóvenes y no tanto, sólo
saben dónde enchufar sus celulares. Pero ¿de dónde proviene la electricidad?
¿Dónde se encuentran nuestras centrales eléctricas? ¿Cómo funcionan?¿Por qué
cada tipo de energía contamina el ambiente? ¿Cuál es la mejor? ¿Depende de la
zona? ¿En qué tipo de central eléctrica debe invertir un gobierno para cubrir
las necesidades de la población? (necesidades que cada día son mayores). Y sobre la energía nuclear ¿puede un ciudadano
de hoy no tener idea de dónde proviene, para que se usa y por qué contamina?(ventajas y desventajas de la energía nuclear). ¿En qué año se construyeron
nuestras centrales atómicas? ¿ya hay que desmontarlas o duran para
siempre? ¿Apoyamos proyectos de
construcción de centrales nucleares o nos manifestamos en su contra?
Visto así, el tema de la energía forma gente con
conciencia ambiental, que no despilfarrará luces y aparatos encendidos por toda
la casa. Pero si lo
transformamos solamente
en un cúmulo de fórmulas que resuelven ejercicios
poco significativos,
inconexos con la realidad, sólo logramos personas que intentan aprobar las
evaluaciones y olvidar su contenido al día siguiente de ver la nota de
la misma. (Hago hincapié en el solamente, porque no estoy diciendo que no presentemos fórmulas y ejercicios, pero no
como lo único y lo más importante).
Otro tema fundamental es el petróleo (hidrocarburos, alcanos,
industria petroquímica). Tiene
que ver con la combustión y su incremento del
efecto invernadero y el
recalentamiento global que le está trayendo al planeta el cambio climático. Y
la combustión todavía hoy se lleva vidas en invierno por las estufas a gas y la
generación de monóxido de carbono a causa de la combustión incompleta por falta
de oxígeno, al tener la habitación tan herméticamente cerrada. Porque esto ya
no solo pasa en las villas por calentar carbón con braseros, está pasando en
departamentos de la clase media.
También está todo el tema de los plásticos y la acumulación de basura,
los alimentos –edulcorantes,
colorantes, saborizantes, conservantes- y la salud (o
sea, todos los aditivos
alimentarios que se cree que son alergénicos y/o cancerígenos). O algo
cotidiano como las intoxicaciones por la mezcla de lavandina y detergente, con
formación de cloro gaseoso.
Todos
estos temas están en el diseño curricular. Y todos se pueden enseñar
con fórmulas, pero que
no sean lo único. Que tenga tanta o más importancia el contenido social, el
buen uso de ese conocimiento, su verdadera aplicación en la vida, que un
formuleo que pronto olvidarán. Y para aquellos alumnos que seguirán carreras
con base química, debemos saber que si lo que les dimos fue una buena base, es
suficiente para incorporar los nuevos conocimientos.
Entonces,
creo que tenemos que cambiar el enfoque. Pero eso debe traer aparejado un cambio en el concepto de evaluación. Su contenido y el modo
de evaluar. Podemos
generar planillas que nos permitan anotar el
trabajo
individual y grupal de cada alumno, para evaluar la totalidad de
su desempeño.
Una verdadera nota de concepto que lo ayude si él pone todo de
sí, y que le
muestre su desidia si la tiene. Una planilla que nos permita hacer
una evaluación permanente, de proceso como se le llama ahora.
Resumiendo,
creo que es urgente que tomemos conciencia de que los contenidos que damos
serán, para la mayoría de nuestros alumnos, el único encuentro con la ciencia
(qca –fca o biología-) y que esas personas serán ciudadanos que seguirán con
sus vidas, sin enterarse de nada nuevo, a no ser lo que nosotros les
enseñamos.
Entonces, elegir los temas, darles la importancia que tienen y buscar la manera
de que los incorporen de modo provechoso, es el mejor esfuerzo que podemos
hacer para contribuir a lograr una sociedad más comprometida con el ambiente en
el que vive. Porque el compromiso ambiental trae aparejado una
serie de
conductas solidarias, de respeto, que nos hacen mejores personas.
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