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martes, 11 de septiembre de 2007

¿Qué planes tenés para el finde? Cuento.

Mi amigo Lautaro me llamó para preguntarme qué pensaba hacer este fin de semana. Es verano y, gracias a Dios, trabajo los sábados sólo hasta el mediodía. Pero, en verdad, no tenía ningún plan.
-Nada –le dije-.
Y él comenzó a parlotear sobre la posibilidad de irnos a ...

Pero yo ya me había “ido” de la conversación. De repente, después de su pregunta, me surgió otra y luego otra y otra más ... Una voz interior me dijo: “¿y qué planes tenés para la semana próxima? ¿y para dentro de un mes? ¿y dentro de seis meses? ¿y para el año próximo?....
-Nada –me dije-.
Y sentí una profunda sensación de tristeza. Un desánimo me embargó el alma. Es que yo no tengo proyectos. Mi vida transcurre aburridamente entre el despertar y el dormir nuevamente.
Me levanto a las corridas, apenas desayuno y ya estoy atrasado esperando el colectivo para llegar a la librería.
El dueño me pone fea cara –aunque debo reconocer que a veces disimula mis tardanzas- y ya estoy ordenando la mercadería en los estantes, vendiendo una birome o un libro, y contando las horas que faltan para salir a comprar el almuerzo.
“Si se le puede decir almuerzo” diría mi madre, ya que todos los días ingiero dos sandwiches de pebete que van redondeando mi abdomen de a poco.
Pero el paseo del mediodía por esas dos cuadras, que camino lentamente, es mi recreo. Miro vidrieras aunque no pueda comprar nada, saludo a algunas empleadas de otros negocios que, como yo, andan por esas veredas con su almuerzo a cuestas, y vuelvo.
Intento sentarme a disfrutar del manjar, pero nunca falta un cliente que interrumpe el placer.
Y comienzo la segunda etapa del día, contando las horas que restan para bajar la cortina.
“Debería ir al gimnasio” me digo cada vez que empujo esa desgraciada cortina metálica.
“Me encantaría aprender a pintar” me digo cada vez que vendo óleos, pinceles, lienzos y todos esos materiales para los estudiantes de la Escuela de Arte.
“Me gustaría hacer teatro” pienso cada vez que quito el polvo de libros referidos al tema.

“¿Qué planes tenés para el finde?” me preguntó Lautaro. ¿Cómo voy a tener planes inmerso en esta monotonía? ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
De repente me surge el recuerdo de aquellos años de la secundaria cuando los profes nos preguntaban qué pensábamos hacer al terminar los estudios. Todos teníamos proyectos. La Universidad: medicina, abogacía, veterinaria, informática....
Pero no entré. Debo reconocer que no me preparé lo suficiente, aunque yo creía que sí. Leía y leía por dos o tres horas y me parecía un exceso.
Es que nunca le había dedicado tanto tiempo al estudio en las instancias anteriores. La primaria y el poli pasaron sin esfuerzo. Y yo me creía capaz de todo.
Y hoy ¿qué? Definitivamente sé que no quiero estudiar. Pero eso no significa abandonarme, que es justamente lo que estoy haciendo.
Recuerdo ahora a aquellos docentes que nos hablaban de los proyectos a corto y a largo plazo.
Tener de ambos: el proyecto a largo plazo –una carrera, la compra de un departamento, un viaje-. Ese tipo de proyectos que se van alcanzando con el esfuerzo cotidiano, día a día, apuntando al objetivo sin perderlo de la mira. Pero a la vez, el plan más corto, que se alcanza en poco tiempo, con menos esfuerzo y que sirve para incentivarse, para saber que se puede, que es posible, que yo puedo ...
¿Por qué olvidé todo eso? ¿Por qué no entendí que una buena vida se planifica? Que “de la nada, nada sale” (como decía la profe de química) ¿Por qué dejé que pasen estos 8 años (ya tengo 25 ¡qué horror!) sin proyectar mi vida? ...

-¡Hola! ¡Hola! ¿estás ahí? ¿qué pasa que no contestás? –me dijo Lautaro del otro lado del teléfono.
- Hola –le dije- Sí, tengo planes para el finde. Pienso sentarme a meditar sobre mi vida y su futuro, así que no voy a salir. La semana próxima te llamo. Cuidate. ¡Chau!

H.G. Hidrargyrus

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